Por David Ramírez.
El 20 de diciembre del año 2010, el niño Ángel Batista Feliz, de apenas 20 meses, jugaba en el patio de su casa en compañía de dos amiguitos, de repente y como por arte de magia, el niño desapareció sin dejar huellas. Ese día su madre, Fabiola María Peña Arias (como muchas madres solteras y trabajadoras de Barahona), bajo la angustia y desesperación comenzó una búsqueda por todos los rincones del barrio El Puente hasta muy tarde de la noche.
Lo primero que se pensó sobre la desaparición del niño era que había sido arrastrado por el río Birán ya que la vivienda se encontraba a pocos metros de su cauce. Al pasar las horas, Fabiola ya era presa de los pensamientos que tanto temía; Que su niño había sido secuestrado.
Aquel día, cuando me enteré del suceso, le solicité a mi amigo, el periodista Víctor Reyes, que investigada la historia sobre la desaparición del infante porque un diario digital me lo había solicitado. Ya para entonces no quedaba la menor duda que Angel había sido plagiado por manos criminales. De ese suceso han pasado más de dos años y del niño nada se ha sabido y peor aún, tampoco se sabe cómo desapareció ni porqué.
Cuando se enteraron del caso, la policía local supuestamente inició una investigación, pero nada ha aportado a la prensa hasta el día de hoy. En la ciudad hubo muchos rumores y conjeturas, pero sencillamente el niño desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra.
Recuerdo que durante largo tiempo me invadió muchas dudas e interrogantes sobre la desaparición del infante. Fue en ese instante cuando recordé un caso que había ocurrido en la ciudad hace muchos años sobre un viejito que, con el saco al hombro, supuestamente se dedicaba a robar niños.
Lo del viejito del saco podría parecer descabellado e inverosímil para los más jóvenes, pero ocurrió al principio de la década de los setenta cuando en Barahona no existía la modernidad de hoy en día. Eran tiempos oscuros para nuestro país, gobernado en aquel entonces por una dictadura balaguerísta que comenzaba a mostrar señales de agonía, no sin antes dejar las cárceles llenas de presos políticos, exiliados y la sangre de centenares de mártires.
Para esa época circulaban los rumores más estupendos y exagerados, entre ellas que en la ciudad rondaba por las calles un viejito con un saco al hombro robando niños para convertirlos en vela (¿?).Fueron tiempos cuando Barahona comenzó a ser castigada por primera vez por los constantes y largos apagones. En cualquier hogar de la ciudad, la vela y las lámparas de gas eran (y siguen siendo hoy en día), nuestro más preciados tesoros al caer la tarde.
Recuerdo que mi abuelita (que fue quien me crió ya que mi madre era discapacitada), casi no me dejaba poner un pie fuera de la casa y cuando lo hacía me advertía que tuviese cuidado con cualquier viejito que se me acercara. Los niños, cuando jugaban en las calles, al ver cualquier viejito sospechoso acercarse, corrían a esconderse temerosos de que fuera el viejito del saco.
Ser viejito y andar con un saco al hombro por las calles de Barahona en aquella época implicaba ser sospechoso para la policía, también para los padres que, bajo el miedo y la ignorancia, podían agredirlo para evitar por todo lo medio que sus vástagos terminaran en cualquier mesita de noche convertidos en una vulgar vela de cebo.
La historia del viejito del saco así como apareció, así desapareció. Nunca se comprobó la existencia de ese misterioso personaje, tampoco de casos comprobados de niños desaparecidos para esa época.
Ya siendo adulto, nunca le encontré sentido a ese caso, porque en la década de los setenta en toda la ciudad pululaban muchos cerdos y otros animales realengos, defecando por doquier. Era más fácil fabricar velas de cebos con la grasa de esos animales que con seres humanos y menos si eran niños.
Con el tiempo aprendí que lo del viejito del saco, al igual que la mujer del algodón, fueron engaños de la dictadura balaguerísta. Con estas fábulas se pretendió mantener entretenido y aterrorizado al pueblo barahonero, para que apartaran sus oídos de los problemas sociales o políticos de la época.
Sobre el caso del niño Ángel Batista Feliz es diferente. En el país existe una mafia que secuestra niños o persuaden a mujeres pobres para que vendan a sus hijos, de eso no existe ninguna dudas. Es una actividad criminal con actores sociales con mucha influencia en el Estado, usan los niños para prostituirlos, venderlos a familias adineradas y en el peor de los caso, para sacarles los órganos.
Sólo esperamos que el secuestro del niño Ángel Batista Feliz no quede impune, que aparezca ya, sano y salvo para felicidad de su madre.
domingo, 10 de marzo de 2013
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El viejito del saco (Caso verídico)
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