Par�s, ciudad del amor para algunos o museo de la cultura para otros, es mucho m�s que todo eso. Par�s es una de esas pocas ciudades donde perderse en sus calles se convierte en un juego, como �se donde se deb�a llegar a un tesoro, pero con la diferencia que no es uno sino mil tesoros que se descubren en cada rinc�n, en cada esquina, en cada doblar de sus calles: parques, patios, casonas, puestos en valor por mentes agradecidas y orgullosas de un patrimonio sin precio.
Los cementerios de Par�s son de esos tesoros que se deben explorar para apreciarlos e indagar sobre los aportes a la humanidad de sus hu�spedes, ah� enterrados: son espacios de silencio llenos de amorosos visitantes, respetuosos y agradecidos, tumbas representativas de su �poca, siempre cuidadas por humildes y an�nimas personas que valoran el majestuoso y extraordinario remanso de paz que se respira tanto en el Pere Lachaise (Chopin, Edith Piaf, Yves Montand, Jim Morrison y los revolucionarios de la Comuna de Par�s) en el cementerio de Montmartre escondido en la colina que domina Par�s y en el cementerio Montparnasse, en pleno Par�s burgu�s.
Es el cementerio de los hombres de ciencias, de las letras, del cine y del teatro, donde encontramos la tumba de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir y Mar�a Montez. Se camina por la avenida principal, rodeado de tumbas cuidadas, en medio de un silencio sepulcral con l�pidas que recuerdan la labor y los m�ritos de la familia. El largo camino nos lleva al lateral 24, lado sur del cementerio donde, despu�s de cruzar una callecita y de nuevo el cementerio sigue, pero esta vez para familias jud�as.
Jean Pierre Aumont, esposo de Mar�a Montez, era jud�o. En los EE.UU. se conocieron y llenos de gloria regresaron en una Francia �vida de diversi�n. �dolos de los franceses, en plena gloria, la actriz dominicana muere, rodeada de admiraci�n. Su tumba es sencilla pero rodeada de mucha solemnidad, silencio y respeto. Que nos perdonen aquellas personas que la quieren traer al pa�s: Mar�a, nuestra reina del cine de los 40 est� en la ciudad de sus sue�os, en un cementerio de ensue�o y lleno de dignidad.
POR AMPARO CHANTADA