Por Pedro Corporan, Exponer sobre los asuntos medulares de esta discusión, trasciende las dimensiones de este escrito y no aportará en nada a reducir las abismales distancias que separaron el pensamiento filosófico de sus iniciadores en la época del imperio griego.
Si Sócrates tenía razón al considerar que existían algunas normas absolutas y universales conectadas a la naturaleza del hombre, entonces el ser humano jamás renunciará a sus aspiraciones de reivindicación moral, aun en medio de la más degradante existencia, inducido por el imperativo irrenunciable de encontrarse consigo mismo, sin lo cual seguiremos como cápsula espacial pérdida en el universo.
Si aceptamos la concepción de los sofistas de que todas las normas eran creadas por la cultura humana, también es posible confinar al olvido los valores perversos de los sistemas culturales ingeniados por la sociedad, adoptando como fuerza motora la conciencia del lastre que nos arropa y el peligro de extinción que esto representa.
Identificar quizás los factores que finalmente impulsarán la agenda de premura social de la moralización del estado y la sociedad, aun es un ejercicio casi de prestidigitación.
Pero qué prodigiosa es la dialéctica. Impone inexorablemente el cambio a veces radical de las cosas, evitando que nada sea para siempre. Y que retrotraídos lucen los hombres por eruditosque se consideren, cuando no interpretan desapasionadamente la muerte y nacimiento de los ciclos sociales.
Es que todo fundamentalismo es ignorante aunque se cree muy sabio, pues niega el carácter universal del pensamiento, sin percibirlo adopta el estatismo y cree que se puede fundar una ideología para servir a un egocentrismo.
Hay esperanzas. Ojalá el debate cumbre del cuatrienio constitucional que iniciará el próximo 16 de agosto, sea tan fecundo y sobre el mismo tópico comoel de Sócrates y los Sofistas.
! Que inmenso fue Sócrates!, todavía es maestro moral de nuestros tiempos y su filosofía ha sido tan imperecedera como deben ser consideradas aquellas virtudes que consideraba eternas y no cambiantes con la evolución cultural del hombre. Texto secundario