Primera parte del trabajo de investigación publicado el 24 de agosto de 2014
Por David Ramírez
La historia sobre el viejo cañón, ubicado en el malecón de nuestra ciudad, me ha fascinado desde niño. Ya he perdido la cuenta de las veces que he escuchado o leído que, este antiguo artilugio de guerra, es el mismo que utilizaron los restauradores para dispararle y ocasionarle graves daños al crucero de guerra español Isabel La Católica, estacionado en 1864 en la Bahía de Neiba, cuando las tropas españolas cercaban por tierra y mar nuestro poblado, en su intento por desalojar de la plaza a los insurrectos, a las ordenes de Angel Felix (Angelito Liberata).
Aún hay mas, alrededor de ese cañón se han contado,mediante el siempre sorprendente método de relatos orales, historias fantasticas. Muchos de esos relatos se tienen por verdaderos hasta nuestros días que, incluso, repetados amigos historiadores lo citan y lo toman como fuente de información en sus trabajos, como los que narra Don Matías Ramírez sobre este cañón en su libro “Fundación de Barahona”.
El problema con los relatos orales, familiares o populares, es que muchas veces los sucesos llegan acomodarse para hacerlo más interesantes y entendibles para el público. Esos relatos, incluso con el tiempo, llegan a integrarse a la costumbre de un pueblo. A menudo los relatos populares se mezclan con mitos, fábulas y leyendas, convirtiendose para el investigador en un verdadero rompecabezas, en un enigma dificil de resolver porque a ciencia cierta no conoce los margenes donde termina la mentira y donde comienza la verdad histórica.
Partiendo de ese punto, este tema lo abordaremos con una mentalidad crítica y abierta. Libre de algunos prejuicios, intentaremos desentrañar lo que hay de mentira y lo que hay de verdad en todo esto. Ante que nada, debo advertir a los lectores que no soy un especialista en armas antiguas ni de ningún tipo, por lo que este análisis estará basado, casi exclusivamente, en los elementos históricos que sobre ese cañón nos proporcionan los libros ya escritos por nuestros historiadores locales, que por cierto, no son muchos.
Lo que tenemos a la intemperie en nuestro corredor turístico, ahora llamado “Parque Litoral María Montez”, es un antiguo cañón de hierro con la boca de fuego apuntando hacia la Bahía de Neiba. Por su peso, de aproximadamente 2 toneladas, fácilmente deducimos que es un antiguo cañón de posición fija o “artillería de plaza” que, según Tomás de Morla en su tratado de artillería, fue usado por las tropas para el ataque o defensa de plazas de armas.
Su base es un trapecio de concreto, pero como pieza de artillería antigua, lo correcto es que estuviese montado sobre una cureña fija de madera.Esa estructura, sobre el cual descansa el cañón, tiene adheridas letras con las cronologías de eventos o sucesos históricos entre 1492 al 1844. Curiosamente, esa “placa” tapada con pintura, no lleva escrito el modelo del cañón (inglés, francés o español), el año probable de su fundición, centimetros del ánima, el calibre en libra de su proyectil y alcance del mismo, pero mucho menos, tiene escrito que fue usado en la Guerra de la Restauración.
Al carecer de esas informaciones básica y como ya había advertido que no soy especialísta en cañones antiguos, más adelante, me veré precisado apoyarme en un experto en artillerías antiguas para poder comparar ese cañón, con otros que retiró de la playa el general español José la Gándara cuando ocupó el poblado de Barahona en 1864.
Debido a la corrosión que presenta el cañón, no será una tarea sencilla averiguarlo. El que se hayan disuelto los muñones, con los que la pieza se montaba sobre su cureña originar, podría indicar que estuvo sumergido durante largo tiempo.
En el libro,”Evolución histórica de Barahona”, su autor, José A. Robert, revela, sin especificar fecha, que “El cañón que descanza en el parque Ramfis, de Barahona, formaba parte del equipo enviado por Santana para la defensa de la plaza”. Para Robert, ese cañon, es el mismo que envió el caudillo Pedro Santana, probablemente a finales de 1855, al coronel Pedro Valverde para mantener la plaza de Barahona, en “estado de defensa” contra las tropas haitianas, luego que su comandante militar, el coronel Bernabé Polanco (dominado por el pánico), huyera cobardemente.
¿Qué impulsó a Santana enviar un equipo de artillería a Barahona? Posiblemente, la respuesta la podemos encontrar en el libro de José Gabriel García "Compendio de la historia de Santo Domingo", donde revela que Bernabé Polanco, antes de huir “sin ver siquiera al enemigo”, quemó hasta las cureñas de los cañones que estaban en su poder, de cuyo procedimiento no pudo justificarse.
¿Fue el cañón envíado por Santana el que ocasionó las averías en el buque Isabel La Católica? En su libro, José A. Robert, no dice en ninguna parte que el cañón, ubicado actualmente cerca del parque Temático Infantil, haya sido el mismo que usaron los restauradores el 8 de febrero de 1864 para atacar a ese crucero de guerra español, causandole cuatro bajas, según el diario del general español José la Gándara. Debo aclarar que el término “bajas” no significa muerte, puede ser que las balas del cañón causaran lesiónes o heridas graves a cuatro tripulantes, pero para cualquier ejército eso es una baja desde el punto de vista militar.
José A. Robert se limita a narrar que los restauradores emplazaron, a catorce metros de la orilla del mar y en los predios de la casita de Juan Barón, “un gran cañón”, uno de cuyos disparos produjo las averías a uno de los buques.
Para Don Matía Ramírez, la historia de ese cañón se remonta muchos años en el pasado. En su libro “Fundación de Barahona”, narra que fue dejado abandonado en la playa por el pirata puertoriqueño Roberto Cofresí cuando navegaba por nuestras costas, al principio del siglo XIX, al considerarlo “viejo y anticuado” (En el capitulo IV de este libro ya abordamos el mito de Cofresís).
No existen evidencias documentadas de muchos sucesos históricos narrados por Don Matías porque están basados en relatos familiares. No podemos calificar así como así, como simples fábulas o cuentos para niños todas esas “historias” contadas por su abuelo Tomás Suero, porque algunas podrían conservar el recuerdo de acontecimientos reales ocurridos en el pasado.
OTA: Este trabajo de investigación pertenece al capitulo VII de mi
libro inédito “Enigmas de Barahona” y es exclusivo para Ecos del Sur