Los dominicanos somos holgazanes, libertinos y corruptos. Pero también somos valientes, hospitalarios y caritativos. Todo depende de quién nos observe y cuál interés tenga en nosotros o en nuestras riquezas. Los franceses, por ejemplo, tenían la peor impresión de nosotros, y por tanto, desaconsejaban a su gobierno asumir la parte oriental de la isla. A los estadounidenses, en cambio, les caíamos muy bien, aunque no por nosotros mismos, sino porque querían apropiarse de la bahía de Samaná.
“Y del país entero”, añade don Carlos Esteban Deive, autor de “Los dominicanos vistos por los extranjeros”, enjundioso ensayo en el que pasa revista a la mirada que nos dieron franceses, españoles, estadounidenses, ingleses e italianos, desde 1730 hasta el 1929. “Recuerda que Estados Unidos quiso quedarse con Cuba, exigió Puerto Rico y Filipinas, y mostró gran interés en República Dominicana, intención anexionista a la que contribuyeron los presidentes dominicanos de entonces, unos entreguistas que hacían cualquier cosa con tal de conseguir dinero”.
En su libro, Deive aclara que varios de los extranjeros que opinaron sobre nosotros no siempre se referían propiamente a los dominicanos, gentilicio que se menciona por primera vez en 1762 en la obra “Historia de la Isla Española de Santo Domingo”, de Luis Joseph Peguero, pero que no nos identificó como grupo sino hasta ese hito histórico que fue la declaración de independencia del 27 de febrero de 1844. Antes de ese momento, éramos habitantes, españoles indianos, españoles criollos, o cristianos.
Sobre esos seres, naturales de Santo Domingo pero todavía no dominicanos, Pierre Francois Xavier de Charlevoix dijo en su “Historia de la Isla Española o de Santo Domingo” (1730) que “aventajan a los demás hombres del mundo en saber subsistir con lo mínimo, permanecen inactivos durante el día, juegan todo el tiempo o se mecen en sus hamacas, y cuando se hartan de dormir, cantan, y sólo salen de sus casas si les aprieta el hambre”.
De su lado, Daniel Lescallier anotó en su diario de 1761 que “sienten abulia y displicencia con todo lo relacionado con el trabajo”. Y Bernard Vincent, en un viaje de inspección realizado en 1797, calificó al nativo de Santo Domingo como “haragán hasta la saciedad”, si bien justificó esa conducta en la desmotivación que les causaba el pago de altos impuestos a la corona española.
CED Naturalmente, esa visión de los extranjeros sobre los criollos de entonces es etnocéntrica, prejuiciada, enjuiciada a través de su propia cultura, que consideran superior a las demás. De ahí las expresiones peyorativas sobre los dominicanos: que son perezosos, haraganes, silvestres. Hay algunos autores que alaban a los dominicanos y dicen que son generosos, amigos de los amigos, valientes; pero por regla general, los juicios tienden a ser negativos.
Entre diatribas y denuestos, sobresale, sin embargo, y casi como una constante, la percepción de que los dominicanos no somos racistas, que somos hospitalarios, tenemos un marcado desapego por lo material y mostramos gran devoción por los símbolos religiosos. Y que somos poetas. “La poesía es el gran delirio de los dominicanos”, afirmó Otto Schoenrich en su libro “Santo Domingo: un país con futuro”, señalando que “si en la República hubiera un ingeniero por cada dos poetas, habría muchos menos lodazales en las carreteras”.
De la Gándara y López Morillo. Que todo depende del color del cristal con que se mira queda patentemente demostrado en las opiniones divergentes de los españoles José de la Gándara y Adriano López Morillo, a pesar de que observaron a los dominicanos al mismo tiempo y en iguales circunstancias, durante la Guerra de Restauración de 1863.
De la Gándara, último capitán general español que gobernó Santo Domingo durante la anexión, dijo en su libro “Anexión y guerra en Santo Domingo” que los dominicanos eran “vanidosos, egoístas, arbitrarios, inconstantes en sus decisiones, inobedientes, desinteresados de la política y sumisos a los déspotas de turno”. Por el contrario, en sus “Memorias de la segunda reincorporación de Santo Domingo a España”, López Morillo, oficial español que también luchó contra los restauradores, ve a los dominicanos con más simpatía, llegando a reconocer que los restauradores no eran “sanguinarios ni malvados, sino sinceros partidarios de la independencia y la soberanía”.
CED De la Gándara no trata bien a los dominicanos porque no pudo derrotarlos. Tuvo que firmar la paz y evacuar las tropas españolas de la isla. En cambio, López Morillo, que era un oficial joven, muy educado, entendió mejor la situación, vio con más objetividad que la anexión no iba a ninguna parte.
Fue hecho prisionero a los seis meses de estar en la isla, y a través de carceleros y emisarios, logró reunir una cantidad enorme de material: proclamas, panfletos, periódicos, con la que escribió su obra, que para mí es la mejor que se ha hecho sobre la Restauración.
La minuciosa obra de Deive, sustentada en una rigurosa investigación, registra las impresiones de los extranjeros sobre los dominicanos durante un periodo de casi 200 años, hasta el primer tercio del siglo XX.
¿Ha cambiado esa percepción desde 1930 a la fecha, y especialmente, después de la Guerra de Abril de 1965?
CED Por supuesto.
Es que las sociedades evolucionan y la sociedad dominicana hoy es más abierta, más plural, menos prejuiciada.
Deive sostiene que seguimos manteniendo nuestras señas básicas de identidad, pese a la influencia de culturas foráneas, especialmente la de Estados Unidos. “A mí me molesta grandemente que aquí se celebre la fiesta de Halloween, que no tiene nada que ver con los dominicanos, o el Thanksgiving’s Day, una celebración muy estadounidense, relacionada con los primeros emigrantes ingleses a esas tierras”.
Cabe preguntar a Don Carlos cómo nos ve él, que es español, nacido en Sarria, Galicia, y naturalizado dominicano. Presumimos que, por esta doble nacionalidad y por los más de 50 años que tiene viviendo en República Dominicana, su visión no será etnocéntrica, como la de los autores que investigó, aunque sin dudas subjetiva, por el aprecio que siente por nosotros.
CED Como todos los pueblos, el dominicano tiene defectos y virtudes repartidas casi a partes iguales. Es perezoso, corrupto, fanático, jugador, embustero, sanguinario, supersticioso, cobarde, insociable, tramposo, libertino, sucio y anárquico; pero también es frugal, hospitalario, tolerante, amigable con los que congenia, sencillo, idealista, inteligente, celoso de la independencia de su país, sagaz y nacionalista a ultranza
sábado, 3 de noviembre de 2012
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Dialogo con Carlos Esteban Deive: “Ahora somos una sociedad más abierta, más plural”
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