Siria camina hacia su desintegración - Barahoneros

miércoles, 1 de febrero de 2012

Siria camina hacia su desintegración


¿Hacia dónde va la revolución siria? Aunque parezca sorprendente, si se consigue evitar la temida guerra interconfesional y la consiguiente libanización del país, el futuro escenario de Siria podría ser muy similar al de Irak: el reparto institucional del poder político entre las principales religiones y minorías. Sin embargo, en el caso sirio habría una gran diferencia respecto al iraquí. Si en Irak ha sido la mayoría chií la que ha desplazado del poder a la minoría suní, en Siria ocurriría lo contrario; es decir, sería la mayoría suní quien defenestraría de los principales cargos del Estado a los clanes alawíes (los chiíes de Siria).

Esta inversión política entre las dos grandes ramas del islam sería la principal consecuencia de algo que también ha ocurrido en Irak: la desaparición del concepto de ciudadanía siria, del sentimiento de pertenencia a una misma nación sea cual sea la creencia de sus habitantes. A esta conclusión llega el sociólogo sirio Suleimán Yusuf, especializado en minorías, en un análisis que ha publicado cuando parece que la revolución entra en una fase de estancamiento.

El análisis de Yusuf se centra en este trascendental asunto y plantea sus dudas sobre si su país se mantendrá como un Estado unitario una vez que termine la actual crisis, un debate que, por cierto, también se planteó en Irak cuando comenzó la invasión angloamericana el año 2003. Entonces, en también se plantearon dos posturas opuestas: quienes aseguraban que todo el pueblo se levantaría como un solo hombre contra el invasor en una nueva Guerra de Independencia, y quienes creían que Irak era un Estado ficticio solamente unido por la brutal dictadura de la minoría suní, representada en el poder por el clan de Sadam Huseín.

Suleimán Yusuf responsabiliza de la destrucción del hecho nacional sirio a la propia oposición que, en vez de fomentar el sentimiento de resistencia popular contra la dictadura del Baath y los partidos que le apoyan, ha estado alimentando el odio sectario. Según este sociólogo, los grupos opositores no han hecho lo suficiente para atajar la expansión de este enfrentamiento interconfesional, y, por el contrario, lo han alimentado lanzando consignas en esta dirección y distribuyendo imágenes y noticias de la represión de forma intencionada.

Por ejemplo, Yusuf llama la atención de que en esas consignas hayan desaparecido las referencias al partido Baath, y que, en su lugar, se señale siempre como responsables de las muertes a las milicias “shabiha” del clan Al Asad; también que se destaque en las informaciones que los principales objetivos de la represión gubernamental son los barrios y las mezquitas suníes.

Esta forma de presentar los acontecimientos ha hecho que, al final, en la calle avance la idea de que nos encontramos ante una lucha entre alawíes y suníes, destruyendo el carácter nacional e interconfesional que, en un principio, tuvieron las revueltas. De acuerdo con las informaciones procedentes de ese país, ya se habrían dado casos en los que los grupos armados que actúan en las zonas rebeldes van a la caza de los alawíes, sean o no partidarios del Gobierno.

Tras esta estrategia se escondería una soterrada competición de las dos grandes coaliciones opositoras para ganar posiciones ante una hipotética caída del régimen. El que la revolución siria se interprete en clave de enfrentamiento entre alawíes y suníes favorecería fundamentalmente el discurso islamista de los Hermanos Musulmanes, principal organización que apoya el Consejo Nacional Sirio, a su vez respaldado por el también islamista Gobierno turco. Por el contrario, esta orientación juega en contra del Comité de Coordinación, el otro gran grupo opositor, integrado sobre todo por organizaciones laicas y progresistas.

El problema del caso sirio está en que ninguna de estas dos coaliciones ha conseguido un liderazgo efectivo de las movilizaciones populares, control que, cada vez con más evidencia, parece recaer en el emergente Ejército Libre de Siria, por cierto, igualmente apoyado logística y militarmente por el Gobierno de Tayip Erdogán.

Otros tres importantes elementos deben ser tenidos en cuenta a la hora de pensar en el futuro que le espera a Siria. El primero es el mantenimiento de una relativa cohesión, pese a las numerosas deserciones, de las poderosas y bien organizadas fuerzas armadas, que no dejan de recibir suministros de Irán y Rusia. El segundo es que las protestas, pese a casi un año de brutal represión, no han cuajado en las dos principales metrópolis –Damasco y Alepo-, donde vive el grueso de la clase media, la burguesía y la importante comunidad cristiana. El tercero es que la población kurda –en torno al 15 por ciento del total- ha creado su propia plataforma unitaria con el objetivo de conseguir algún grado de autonomía en las zonas donde es mayoritaria.

A todo ello hay que añadir que, debido a su repercusión internacional, parece difícil que la OTAN apoye desde el aire al Ejército Libre de Siria como lo hizo con los rebeldes en Libia. Ante tal situación e incluso en el caso de que este Ejército Libre logre derribar al Gobierno, solamente el reparto del poder podría alejar el fantasma de una guerra interconfesional como la que hizo añicos el Estado libanés en la segunda mitad de los años 70. Por ello, como ha ocurrido en Irak, los distintos cargos institucionales –Presidencia, Gobierno y Parlamento- tendrían que distribuirse entre suníes, alawíes, kurdos y cristianos, comunidades que, de facto, administrarían sus territorios con normas adecuadas a sus señas de identidad.