El régimen libio tiene la capacidad de vencer a los rebeldes fácilmente, lo que no ha pasado debido a los bombardeos de la coalición internacional, señaló el jefe de la misión estadounidense, General Carter F. Ham.
Libia.- lí Zeiki controla uno de los cuatro cañones de su ametralladora montada en una camioneta, cuando el ruido silbante de un obús hace que suelte su herramienta: es la señal de desbandada para los cientos de rebeldes libios que retroceden ante la artillería gubernamental.
El obús, lanzado por las fuerzas leales al coronel Muamar Gadafi que se acercan, se estrella en la arena, muy cerca de él, entre la carretera y la playa.
En pocos minutos se forma un embotellamiento en la ruta de asfalto, rectilínea en medio del desierto. En camionetas armadas o automóviles civiles, los insurgentes tocan bocina, gritan, se insultan, retroceden en desorden hacia el este. Sólo bajan la velocidad kilómetros después, cuando el ruido del cañoneo cesa.
Antes, por la mañana, Alí, de 43 años, que había venido como tantos otros de Bengasi, bastión de los rebeldes, para participar en lo que él creía que sería una marcha triunfal de la insurgencia hacia Sirte, reconoció que la tarea iba a ser más difícil de lo previsto.
"Nos detuvimos poco después de Nofilia" (a 10 km), dice. "Los hombres de Gadafi nos dispararon con cañones y morteros. Fue muy fuerte. Nuestras armas no nos permiten luchar contra eso", cuenta.
Cerca de él, dos rebeldes introducen las balas de ametralladora en los cargadores, limpiándolos después con gasolina y engrasándolos.
Alí esperaba, al igual que los otros, que los bombardeos aéreos internacionales les abrieran la ruta de Trípoli.
Pero ningún misil aire-tierra cayó sobre el ejército libio en las últimas 24 horas. Sin ese apoyo aéreo, los insurgentes, que parecen más manifestantes armados que una fuerza de combate, son impotentes ante el armamento pesado que les corta el camino.
La columna rebelde fue detenida al caer el lunes por la tarde en una emboscada cuando atravesaba el pueblo de Hwara, a 80 km de Sirte. Trató de replicar al ataque pero, carente de artillería, debió retroceder.
Ramadán Berki, vendedor de ropa en Bengasi, hizo subir a su camioneta a su hermano, a un amigo, dos pistolas-ametralladoras, colchones de goma-espuma, cajas de municiones y un bidón de 500 litros de gasolina.
"La OTAN, no es lo bueno. Ellos no quieren ayudarnos", dice. "Nosotros sólo queremos a Francia e Inglaterra, sólo ellos son los verdaderos amigos de Libia. Atacan a los hombres de Gadafi con sus aviones", afirma.
"Digan a Sarkozy y a Cameron que necesitamos ayuda, que sin los bombardeos aéreos Gadafi va a masacrarnos de nuevo. Tenemos algunos misiles, pero no bastantes. Con estas ametralladoras no podemos nada contra los cañones", recalca.
"Ayer debimos retroceder muy rápidamente, era muy peligroso. Pero si los aviones franceses vuelven, seguro que estaremos en Sirte esta noche y en Trípoli dentro de tres días", afirma.
Al mediar el día, cuando los primeros obuses caían sobre Bin Jawad, numerosos insurgentes se replegaron hacia Ras Lanuf, a 45 km de Bin Jawad.
Cada vez era más obvio que el número de combatientes en el frente se estaba reduciendo, y que su línea retrocedía. Los reporteros cuestionaron a los líderes revolucionarios de Bengasi sobre su incapacidad para reunir sus "fuerzas especiales" que, durante días, habían estado reclamando en qué campo de batalla operar.
Ellos nunca habían sido visibles y, si es que existían, se habían demostrado incapaces de detener la derrota de los rebeldes en todas partes. ¿Dónde estaban? "No lo sabemos", era la respuesta inicial. Pero a medida que avanzaba la semana y los rebeldes no avanzaban pese a los bombardeos de los aliados, reconocieron la verdad: "No hay ejército".
Pero la lucha en una zona tan densamente poblada como la de Sirte seguramente complicará no sólo el avance de los rebeldes sino también la campaña de bombardeos externos que, según la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que los autorizó, tienen por fin proteger a la población civil de los combates.
Desde hace semanas, los dos campos ambicionan tomar posesión de los inmensos depósitos de petróleo de Ras Lanuf.
En la carretera, pueden verse las inevitables escenas de éxodo: familias hacinadas en automóviles, rebeldes con aire abatido aferrados a doce a la parte trasera de las camioneta, camiones cargados hasta los topes con colchones.
En el puesto de control, un "oficial" trata de persuadir a un auditorio de unos pocos periodistas de que "todo va bien".
"Todo va bien ¿qué dices?" masculla haciéndose a un lado Ahmed Abdesalam, de 23 años. "Todo va mal, y si perdemos Ras Lanuf, será la verdadera derrota", dice.
Mostrando su kalachnikov, el joven agrega: "¿Qué quieren que hagamos con esto...?"
La incierta Libia
BENGASI, Lib.- Los colores naranjas del atardecer hacen magia sobre la destruida Bengasi. Desde la zona de la rambla hasta los barrios más periféricos los últimos rayos del sol embellecen las construcciones que parecen al borde del derrumbe. Persianas de metal bajas y suciedad en la banqueta confirman que los negocios no cerraron por la hora, sino porque sus dueños decidieron mudarse hacia otros rumbos. Edificios quemados, vidrios pulverizados y montañas de escombros se amontonan en el desordenado mapa urbano de la segunda ciudad más importante de Libia cuando suena el último llamado al rezo musulmán. Las mezquitas funden sus altavoces en canciones hipnóticas que obligan a los foráneos a recordar que Alá es el dueño espiritual de estas tierras.
Varios niños que se divertían en un terreno baldío jugando al futbol ya no están. Hacía días que por estas horas improvisaban partidos donde unos eran del Barcelona y otros del Inter de Milán; con silbato en la boca, el más corpulento vestía de árbitro y gritaba cuando los pequeños pasaban más tiempo peleándose que metiendo goles.
Un estruendo seguido de varias detonaciones de metralla inaugura la noche. Y aunque pocos se sorprenden ya, el nuevo aporte se define por las réplicas constantes. Ya pasaron 30 días desde que comenzaron las hostilidades y la situación es cada vez más compleja: varios frentes de batalla redefinen a diario el panorama bajo reglas tan turbias como volátiles. Sin un mando visible de un lado y con una autoridad acorralada del otro, los días en el noreste libio confabulan contra el sentido común y las mínimas nociones de táctica militar.
ASEDIO AMATEUR
El primer ejemplo para comprender la desorganización rebelde se remonta al pasado jueves 17 de marzo. “Vamos al aeropuerto para filmar las mentiras del régimen gadafista y demostrar que su propaganda no logrará engañar a todo el mundo”, advertía Saleem, mientras conducía a gran velocidad rumbo a la periferia de la ciudad. Como parte del equipo de prensa del comité revolucionario, su objetivo era confirmar que la televisión oficial estaba difundiendo más mentiras que verdades.
Media hora después, una sirena de alerta y dos cazabombarderos que castigan las instalaciones principales del aeropuerto de Bengasi fueron suficientes para evaporar las buenas intenciones de Saleem. “Ven, quiero que filmes también”, fue la invitación inicial que luego retractaría hasta transformarse en la censura más férrea. En aquellos minutos los primeros 100 metros cercanos a los ataques eran sinónimo de frustración. Un puñado de hombres tenían armas y otros tantos tenían rato intentando subir a un techo con el único cañón antiaéreo que les habían dado. Cuando lo lograron, la excitación del momento y las consecuencias de disparar sin razón los hizo perder el equilibrio y caer desde cuatro metros de altura con el arma todavía en las manos. “La, la, no… no filme”, fue el grito de despedida cuando la vergüenza le ganó a las ganas de demostrar que estaban enfrentando al poderoso Gadafi.
Después, en las portadas de muchos diarios se publicaría la fotografía de un avión derribado por los milicianos, única referencia de la férrea resistencia que le han opuesto al régimen y que supone la utilización de misiles Stingers con una notable eficacia: “Siento que ese avión lo pusieron ahí, este lugar está fabricado”, comentaba a M Semanal un reconocido fotógrafo de agencias internacionales. Su conclusión no es exagerada si se observa la extraña composición que producían los hierros retorcidos al lado de las florecitas intactas de los alrededores. “Qué va… también los revolucionarios le están ‘echando coco’ a la propaganda”, decía el fotógrafo.
El segundo ejemplo de improvisación en el frente de batalla se demostró el pasado 19 de marzo, luego de festejos multitudinarios tras la resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en la que decretaba la zona de “exclusión aérea” y el posterior “cese al fuego” declarado por Gadafi. Pero la mañana del sábado los estruendos constantes de madrugada presagiaron el peor amanecer: una decena de tanques leales al régimen avanzaron de forma asombrosa por la autopista desde el sur y con fuego de artillería ganaron la zona externa de los suburbios capitalinos. Después, dos centenares de hombres en vehículos civiles ingresaron a las zonas residenciales para asesinar a blancos específicos ligados al movimiento revolucionario y dejaron el terreno limpio para una segunda fuerza que destrozó el área con morteros y lanzacohetes. Más de 200 heridos y 40 muertos se contaron en las filas civiles.
“Dejen esa esquina para juntarnos aquí. No, mejor carguen el arma y llévenla hacia la esquina. No, ya, quédense aquí ¡dejen de correr!”, fue la frase que mejor describió aquella mañana de combates del lado insurgente. Desparramados en varias cuadras, los grupos de choque no superaban la veintena. Armados sólo iban cuatro, y éstos disparaban hacia arriba como si las balas las dirigiese el viento mientras retrocedían posiciones cada 20 minutos. Dos horas después, el grito de “¡Alá es grande!” opacaría cualquier derrota. Las tropas gadafistas se retiraron y los muyahidines festejaron como héroes. Aunque luego se sabría, off the record, que la estrategia implementada por el Presidente comenzaría a orientarse hacia el terror: pegar y esconderse, desangrar y volver a golpear. Táctica que los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) intentan modificar desde hace varios días con una lluvia de misiles sobre Trípoli.
El tercer ejemplo que describe el estilo de combate en el noreste libio se registró el pasado lunes, en Ajdabya. Luego de 36 horas de aquel ataque a los suburbios de Bengasi, las tropas nacionales ya habían retrocedido 120 kilómetros. Avanzar por la autopista oeste significaba cansarse de ver tanques destrozados. La gente gritaba de alegría mientras sacaba fotos para retratar el momento histórico. Algunos agarraban balas quemadas, otros insignias y muchos se reían de la comida enlatada en el interior de los vehículos atacados.
Cinco kilómetros antes de llegar a Ajdabya fue imposible continuar. Humo negro y detonaciones comprueban que el frente gadafista ganó la ciudad unos días antes y que se encuentra atrincherado allí. “Vamos a ganar, Gadafi ya fue derrotado”, gritó un combatiente con la V de la victoria y unos tenis de niña colgados del cañón de 40 mm. Cincuenta metros adelante, envalentonados por las columnas de humo y por la efectividad del ataque de la OTAN, 25 vehículos ingresaron por la avenida principal del pueblo como si fuesen caravana fúnebre. El resultado fue predecible: cuatro descargas de mortero los dispersaron bajo un ambiente de reproches inevitables. El resultado quedó abierto y la percepción sobre el conflicto en Libia, también. Un resultado quizás demasiado dependiente de las acciones que la comunidad internacional decida en las próximas horas.
BIENVENIDOS A SARAJEVO
La guerra en las ciudades del este se perfila de tintes apocalípticos. Bien conocidas son otras intervenciones internacionales que decantaron en cruentas guerras civiles, y el panorama que presenta Bengasi se asemeja a sus peores predecesoras. Quien recorre las calles comprende que los barrios son tierra de nadie donde cada esquina tiene su puesto de control y cada checkpoint sus propias reglas. Algunos te dejan pasar, los siguientes te detienen o registran el carro; la mayoría usa los colores de la revolución pero muchos otros apenas completan ropa. Hay machetes y cuchillos junto a bazucas y lanzacohetes.
Muchas colonias no tienen luz y el ambiente enchina la piel. Los gritos y las discusiones acompañadas por balas se vuelven comunes al caer la noche. En las esquinas huele a hachís, quizás la droga más utilizada por los insurgentes en sus largas rondas de vigilia. El alcohol no existe o está tan escondido que pocos tienen acceso a las botellas de vodka y whisky del mercado negro. “Ayer mataron al mejor artista de la ciudad. Se encargaba de dibujar caricaturas de Gadafi en las paredes de los edificios”, confirma Ahmed Muktala, señalando un grafiti del Presidente. “Estaba pintando cuando le dispararon desde un auto dos personas vestidas de civil”.
Según Muktala, coordinador de la Juventud Revolucionaria, las fuerzas leales al primer mandatario están infiltradas en todos los niveles de la sociedad y operan de manera clandestina en horarios nocturnos. “Se mueven como células independientes con objetivos específicos y su meta es imponer el terror. Buscan la división popular y por eso cometen asesinatos selectivos de personajes de renombre”. El joven confirmó que también fue ultimado el periodista que tenía a su cargo el “programa bandera” del canal rebelde de televisión. Una señal clandestina que desde inicios de las hostilidades iba cambiando de dirección. “El sábado, cuando atacaron, llegaron por él de forma muy precisa y le dieron un tiro en la cabeza”.
Pocos caminan las calles. No hay escuelas, ni centros deportivos o espacios recreativos. Escasos grupos que se congregan en la plaza principal, el emblemático punto de reunión de todas las protestas relacionadas con la causa revolucionaria. “´¿Qué hacen aquí? Súbanse a un auto porque los pueden secuestrar. Ya no pueden caminar en Bengasi como lo hacían antes”, se advierte a los reporteros y fotógrafos que decidieron salir. “Desde ahora ustedes son blanco, porque también son considerados enemigos del régimen. Además de lo que escriben, deben acordarse de que entraron de manera ilegal por la frontera egipcia, lugar que controlan los rebeldes y que no otorga las visas obligatorias que pide Gadafi”, detalla, en un excelente inglés, el conductor anónimo.
Sus palabras marcan una tendencia. Asesinatos y desapariciones en aumento preocupan a los extranjeros que se mueven en las calles como hormigas buscando información. Los rebeldes, a su vez, también juegan sus fichas y mudaron hasta Tobruk a la mayoría de los referentes políticos del movimiento. Las incógnitas son muchas y la situación bajo la sombra de las bombas de la OTAN se perfila complicada. ¿Qué ocurriría si hubiese una fractura en el mando rebelde y la ciudad se dividiese? Quizás la enorme cantidad de armamento y las diferencias entre los clanes pudiese proyectar un territorio imposible de controlar, que sería aprovechado por los paramilitares leales a Gadafi. Y allí, el desconcierto y los combates de guerrillas hundirían al Este del país en el peor resultado que la búsqueda por la nueva Libia pudiese lograr.
Destaca EU fragilidad de rebeldes libios
“El régimen sigue rebasando por mucho a las fuerzas militares de los rebeldes (...) El régimen posee la capacidad de derrotarlos muy fácilmente. La fuerza aérea de la coalición es la mayor razón por la cual esto no ha pasado”.
Ha habido algunos puntos en los que se apoya el régimen, especialmente en Ajdabiya, en el este, pero, hasta ahora, sólo se trata de enclaves en donde las fuerzas del régimen libio derrotan a las de los insurgentes, agregó Ham.
Las tropas leales a Muammar Gaddafi detuvieron el lunes el avance de los rebeldes a decenas de kilómetros al este de Sirte, la ciudad natal del líder libio, bombardeada en la noche por la coalición, ahora bajo comandancia de la OTAN.
En este contexto, la coalición internacional lanzó el lunes en la noche ataques sobre posiciones de las fuerzas leales a Gaddafi en las regiones de Gharyan, al oeste, y Mezda, centro, según la agencia oficial libia Jana y testigos.
El lunes en la mañana, las milicias gubernamentales patrullaban Sirte, ciudad costera de unos 120 mil habitantes, a 360 kilómetros al este de Trípoli, que sigue bajo control de las fuerzas leales al régimen.
La calma reinaba en la ciudad, con las calles desiertas y los comercios cerrados.
La ciudad fue nuevamente sobrevolada por aviones de la coalición y estremecida por una serie de explosiones el domingo en la noche y el lunes en la mañana, sin que las baterías antiaéreas entraran en acción.