El estudiante Ali Altamirano no podía imaginar lo que estaba a punto de descubrir bajo el duro sol y el suelo polvoriento de la Reserva Nacional de Paracas, en Perú. Estaba excavando allí junto al equipo de investigadores del Departamento de Paleontología de Vertebrados del Museo de Historia Natural de Lima cuando los restos casi completos de un pingüino gigante de hace 36 millones de años (finales del Eoceno) comenzaron a aflorar bajo su martillo de geólogo.Tras el análisis científico, publicado hoy en 'Science', los investigadores se dieron cuenta de que el ave no sólo llamaba la atención por su gran tamaño -un metro y medio, el doble que el mayor pingüino vivo, el emperador-, sino que además conserva la estructura de sus plumas y de las escamas de sus patas. En tono de broma, los investigadores bautizaron al ejemplar como 'Pedro', en honor a un escamoso personaje de una telenovela colombiana.
Pero la importancia del descubrimiento de Altamirano no quedaría en la descripción de 'Inkayaku paracasensis', como han llamado científicamente al ejemplar y cuyo significado es emperador del agua de Paracas. Un trabajo más exhaustivo permitió a los autores observar que el fósil conservaba en las plumas unas estructuras celulares llamadas melanosomas, que determinan el color de las plumas de las aves.
Hasta la fecha, varios fósiles han permitido estudiar el cambio morfológico que permitió a los pingüinos primitivos adaptar su estructura ósea para el vuelo acuático. Sin embargo, ninguno de ellos conservaba las plumas. En este caso, los paleontólogos no sólo disponen de las plumas, sino también de la forma y el tamaño de los melanosomas, lo que permite comenzar a analizar cómo y cuándo ocurrieron los episodios de evolución hacia los pingüinos modernos.
"Sabemos que la melanina es una molécula muy resistente que puede soportar la degradación bacteriana y los tratamientos químicos. Lo único que puede destruirla es la lejía, que es lo que hacemos cuando queremos decolorarnos el pelo", explica a ELMUNDO.es Jakob Vinther, investigador del Departamento de Geología y Geofísica de la Universidad de Yale (EEUU) y coautor del trabajo. "Esto significa que si se mantiene la melanina en condiciones de baja concentración de oxígeno tiene bastantes posibilidades de quedar fosilizada".
Los restos fósiles no conservan la composición química de la melanina tal y como la tenía el pingüino gigante, pero los investigadores aseguran que, a pesar de los cambios que ha sufrido con el tiempo, la materia orgánica que contiene el fósil es derivada de este pigmento. Con estos datos en la mano el equipo de científicos ha podido comparar los melanosomas de Pedro con los de algunas aves actuales.
El resultado del análisis reveló que el pingüino gigante era principalmente gris y marrón-rojizo. En el plano evolutivo, este hallazgo ha permitido saber que la modificación de las plumas ocurrió después de su adaptación a la vida acuática. "Con esta capacidad de entender los colores de organismos extintos podremos con toda seguridad entender mucho más acerca de su evolución", asegura Vinther.