La idea se le ocurrió a una estudiante israelí de diseño, Sigal Shapiro, que inventó la original lámpara que funciona con doce tomates.
Las propiedades ácidas del tomate son bien conocidas, sobre todo por los amantes de la dieta mediterránea, pero ninguno se había imaginado hasta ahora que este fruto pudiera servir para iluminar una habitación.
La idea se le ocurrió hace cuatro meses a una estudiante israelí de diseño, Sigal Shapiro, que dio a luz la original lámpara tomatera, que en pocas semanas ha tenido gran repercusión en páginas web de diseño ecológico.
El método es bastante sencillo: basta una docena de tomates que servirán de baterías a una lamparita de pequeñas dimensiones recubierta de oro con el objeto de lograr una óptima conducción.
La lámpara, que ha sido presentada y recibida con expectación en la feria de diseño mobiliario celebrada en Milán este mes, recoge la energía de los tomates a los que se les han introducido dos metales, zinc y cobre, gracias a los cuales se produce una reacción química favorecida por los ácidos del fruto.
Su autora forma parte de un proyecto denominado dVision, con sede en la ciudad israelí de Herzeliya, al norte de Tel Aviv, que promueve becas y estudios de posgrado en diseño industrial.
Junto al diseño de Shapiro se han presentado en Milán más de una veintena de lámparas, algunas muy originales como las fabricadas con jabón de glicerina, que cuentan con el beneplácito de la crítica profesional debido a que impulsan el empleo de la tecnología lumínica LED, o diodo emisor de luz, que día a día va ganando terreno a la iluminación tradicional.
"La metáfora de todo el proyecto es el hecho de que ahora mismo la luz LED se ha vuelto lo suficientemente buena para reemplazar las luces anteriores como la de voltios o fluorescentes, pues consume un décimo de la energía y tiene mayor vida", explica a Efe Ezri Tarazi, jefe del programa d-Vision para jóvenes talentos del diseño en Israel.
Y apunta que, "en ese sentido, la exhibición apuesta por el futuro del alumbrado en virtud de la revolución de la luz LED".
El proyecto trata de mostrar que con la LED no se necesita gran cantidad de energía sino dos kilos de tomates.
"No se trata de alta tecnología, sino que nos basamos en las pruebas que todo niño de secundaria realiza en el laboratorio de física del colegio y que consiste en convertir una fruta en batería", refiere Ezri antes de precisar que también podrían servir limones o patatas para dar luz al invento de marras.
El responsable afirma que el nombre del diseño, "Still Light", es un juego de palabras que procede de la voz en inglés "Still Life", que significa "Naturaleza Muerta", aquellos bodegones o retratos de frutas, vegetales y otros objetos sobre una mesa muy populares entre los pintores europeos en los siglos XVIII y XIX.
"La parábola viene a ser "capturando la vida de algo que va a morir", y en este caso, capturamos la energía de algo perecedero, pues el tomate se pudre y deja de servir en el plazo de dos semanas", apostilla.
Tras el empleo del tomate como fuente de energía, su consumo quedaría desechado pues, según advierten los creadores del artilugio, la roja hortaliza carecería de su ácido característico.
Sus autores descartan cualquier relación del innovador diseño con los avances en agricultura e ingeniería genética, disciplinas punteras en Israel.
"Es cierto que Israel es un imperio en la genética del tomate, pero no ha sido nuestra intención abordar esta cuestión", afirma Ezri, quien sitúa el diseño israelí actual al más alto nivel mundial.
Prueba de ello, comentó, es la reciente inauguración del primer museo del diseño en Israel, en la ciudad de Holón, obra del reputado arquitecto Ron Arad, quien ha participado entre otros proyectos en el innovador Hotel Puerta América de Madrid.
La lámpara trasciende lo meramente estético para convertirse en un potencial exponente de iluminación funcional y ecológica.
Pero sus creadores destacan que, de momento, la pieza despierta interés entre los coleccionistas y algunos museos, y que no pretenden impulsar su producción para uso doméstico./eltiempo.com