
LONDRES - El líder conservador David Cameron se convirtió el martes en el nuevo primer ministro británico, y dijo que quiere formar un gobierno coalición con el más pequeño Partido Liberal Demócrata.
Gordon Brown había dimitido poco antes como primer ministro, poniendo fin a 13 años de gobierno del partido Laborista de centro izquierda.
Los conservadores lograron la mayoría de los escaños y votos en la elección del jueves pero no una mayoría absoluta. El Partido Laborista de Brown quedó en segundo lugar, con los liberal-demócratas en un distante tercer puesto.
Dando su primer discurso en el cargo, Cameron, de 43 años, dijo que espera formar el que sería el primer gobierno británico de coalición desde 1945. La forma exacta del nuevo Gobierno no está clara, y los liberal-demócratas aún tienen que dar su aprobación final a la oferta de los conservadores.
"Esto va a ser un trabajo duro y difícil. Una coalición presentará toda clase de retos. Pero creo que juntos podemos ofrecer ese Gobierno estable y fuerte que nuestro país necesita", dijo Cameron, con su esposa Samantha, que está embarazada, a su lado.
La libra esterlina subió frente al dólar y el euro mientras el nuevo primer ministro hablaba. Los mercados estaban impacientes de ver el fin de la incertidumbre presentada por los inconcluyentes resultados de los comicios del jueves.
La BBC informó de que George Osborne, un amigo y aliado cercano de Cameron, será el nuevo Canciller del Tesoro, o ministro de Finanzas
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llamó a Cameron para felicitarle, indicó la Casa Blanca.
Tanto los conservadores como los laboristas han intentado, durante cinco días de intensas negociaciones, obtener el apoyo de los liberal- demócratas para formar el nuevo gobierno, pero en la tarde del martes quedó claro que el Partido Laborista había perdido y que Brown debía renunciar.
"Le deseo suerte al próximo primer ministro en la toma de decisiones importantes para el futuro", había dicho antes en tono emotivo Brown, de 59 años, al dar su discurso frente a la residencia oficial del primer ministro, el 10 de Downing Street, acompañado de su esposa Sarah.
DÉFICIT
El primero de los retos de Cameron será reducir el déficit récord de Reino Unido, que ha despertado los temores de que el país pueda perder su calificación crediticia de triple A.
Los mercados son partidarios de un Gobierno liderado por los conservadores porque creen que actuarán más rápido y con más dureza para reducir el déficit presupuestario récord de Reino Unido.
Brown, su esposa y sus dos hijos posaron brevemente para los fotógrafos antes de irse de Downing Street, y después el primer ministro saliente visitó el Palacio de Buckingham, donde la reina Isabel II aceptó su dimisión.
Aún no se han hecho públicos los detalles de lo que han acordado los conservadores y los liberal-demócratas. Los dos equipos de negociación tenían previsto informar a sus compañeros de partido a lo largo de la noche. Ambos partidos tendrán que refrendar cualquier acuerdo que hayan alcanzado los negociadores.
Redentor de los conservadores
A David Cameron se le retrata a menudo como un enigma. Pero no lo es para su entorno más íntimo, que en los últimos años ha dado pinceladas suficientes para trazar un boceto aproximado sobre él.
Por ellos sabemos que al líder conservador le gustan las novelas de James Bond y la trilogía de 'El Padrino' y que su filme preferido es 'Lawrence de Arabia'. Gustos que concuerdan con su carácter de hombre de acción y persona extravertida y también con su aversión a la alta cultura, reflejada en su desprecio por la ópera, el marxismo y los grandes proyectos ideológicos.
Cameron no es un enigma. Es un inglés pragmático y escéptico. Como Locke o como Stuart Mill. O como David Hume, su filósofo favorito. Es un tipo que desconfía de la autoridad del Estado pero confía en la responsabilidad del individuo. Un político que quiere ganar el poder para devolvérselo a los ciudadanos.
Es ese concepto de la responsabilidad individual lo que impregna de cabo a rabo el proyecto que los conservadores presentan a las urnas. Un proyecto que aspira a situarse a medio camino entre la utopía neoliberal de los años de la Thatcher y la visión estatista del nuevo laborismo.
Pero la idea Cameron se mantuvo en barbecho durante muchos meses de su liderazgo. Y no porque no terminara de creérsela sino porque en 2005 había otras prioridades. La más importante, blanquear la depauperada imagen de los conservadores y devolverlos lo antes posible al centro político.
Líder por las circunstancias
Lo primero que cabe decir es que en circunstancias normales el partido nunca se habría echado en brazos de un líder como Cameron. Lo hizo por el peso de tres derrotas consecutivas y por un margen estrecho y engañoso. Lo lógico es que los conservadores hubieran elegido a David Davis: un thatcherista que prometía rebajas fiscales y mano dura contra el crimen. Pero el aspirante sorprendió por su frescura y sus dotes oratorias, que le empujaron a conquistar con un discurso memorable al congreso de Blackpool.
Los tories eligieron a Cameron para cambiar. Pero no faltó quien pensó que habían ido demasiado lejos. Sobre todo a la luz de sus primeras decisiones, que le ganaron la enemistad del ala derecha del partido y propiciaron los titulares histéricos en la prensa. Al principio fueron gestos sencillos: poner una turbina eólica en el tejado o ir al trabajo en bicicleta. Pero poco a poco Cameron fue liderando una revolución y llevó de la mano a los tories al siglo XXI.
Pidió perdón por la discriminación que su partido había ejercido contra los homosexuales, reclutó como candidatos a decenas de mujeres, negros, hindúes y musulmanes, puso a los conservadores en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático y se mostró como un líder joven y dinámico. Según sus críticos, el cambio sólo ha afectado a la superficie. Pero pocos líderes han logrado una transformación tan profunda en tan poco tiempo.
A Cameron se le reprocha a menudo el baldón aristocrático de sus orígenes, que en otro tiempo hubieran alfombrado su camino en la política y hoy sin embargo son un lastre en su carrera hacia Downing Street. Y sin embargo retratarlo como un pobre niño rico es sólo la mitad de la verdad. La otra mitad es el fruto de una historia triste: la vida breve y trágica de su hijo Ivan.
La pérdida de un hijo
Quienes conocen a Cameron dicen que su carácter lo transformó el nacimiento de su primogénito, que nació con una parálisis cerebral y del que cuidó con mimo hasta su fallecimiento en febrero del año pasado. Ivan convirtió al líder conservador en una persona más cercana y menos arrogante. Le descubrió las insatisfacciones de la vida y lo reclutó para siempre en la causa de la Sanidad Pública, que los conservadores prometen proteger.
En el plano político, el carácter de Cameron lo han moldeado un triunfo y una derrota. El triunfo es el de John Major en 1992, que ayudó a lograr desde la fontanería del partido y que se proyecta ahora sobre él como una pesadilla que quiere evitar. La derrota la sufrió en sus propias carnes en 1997, cuando perdió como candidato la circunscripción de Stafford arrastrado por la marea roja de Tony Blair.
Cameron trabajó unos años como relaciones públicas en una empresa televisiva, pero siempre quiso dedicarse a la política. El virus lo contrajo trabajando como ayudante para un diputado tory amigo de la familia y desde joven se ha ganado la vida en el seno del partido. Primero ayudando en sus apariciones televisivas a los ministros de John Major. Luego como asesor en el Tesoro bajo la autoridad del ministro Norman Lamont. Y por fin durante cuatro años como diputado y unos meses tan solo como portavoz de Educación.
Como líder siempre ha oscilado como un péndulo entre la impronta de Blair y el influjo del thatcherismo, que se ha ido acentuando como fruto de los problemas del déficit y de la recesión. Parece lógico que será un primer ministro impopular al menos al principio. Decidido a llevar a cabo un duro plan de ajuste que clausure los números rojos y devuelva al país a la prosperidad. Al menos tendrá alguien con el que compartir la carga. Gobernará de la mano de Nick Clegg.