Gadafi: El zorro del desierto que aprendió de Mao las tácticas de guerra - Barahoneros

viernes, 29 de abril de 2011

Gadafi: El zorro del desierto que aprendió de Mao las tácticas de guerra


Hombre ávido de lecturas, el coronel Gadafi, un lector de Mao Tse Tung, un gran especialista en guerras asimétricas, partidario de crear frentes fluidos, en los que se combinaran avances y retiradas para desconcertar al enemigo

Quien durante décadas apoyó a movimientos guerrilleros en todo el mundo, no es un adversario fácil de derrotar, sobre todo si sus enemigos no parecen buscar una victoria militar sino el logro de unos difusos objetivos políticos bajo la etiqueta de intervención humanitaria. Pero los movimientos estratégicos no son sólo militares. También lo son políticos, como los rumores de disensiones entre los hijos de Gadafi, e incluso a alguno se le ha atribuido la voluntad de pilotar una posible transición política. Sin embargo, en un régimen en el que pesan más los lazos de sangre que la ideología, cuesta creer que esos rumores circulen sin el consentimiento del líder supremo.

Gadafi sigue apostando por el señuelo de la mediación. Sin ir más lejos, buscó la mediación de Grecia y Turquía, miembros de la OTAN e históricamente enfrentados entre sí, aunque coincidan en no participar en la campaña aérea de la Alianza. El socialista Papandreu puede estar necesitado del petróleo libio y el islamista Erdogan, al que Gadafi otorgara el año pasado un premio de derechos humanos, no desaprovechará la oportunidad, útil en vísperas electorales, de dar la imagen de una Turquía que estaría recuperando su influencia en el mundo árabe.

Es indudable que las mediaciones quedan más realzadas si las llevan a cabo las organizaciones internacionales. ¿No defienden todas, empezando por la propia ONU, el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales? El problema es el significado que muchos miembros de estas organizaciones, como la Unión Africana (UA), dan a estos conceptos. Identificar la paz con la mera ausencia de combates es lo mismo que confundir la democracia con la convocatoria regular de elecciones. De hecho, Uganda, Mauritania, Malí y Congo, que integran la delegación de la UA que visitó recientemente Libia, no alcanzan los estándares democráticos que se tienen en Occidente, aunque Sudáfrica, el país que presidía la delegación, esté más cerca de ellos. Pero, al igual que sucede con otras potencias emergentes, no faltarían gobernantes sudafricanos para recordarnos que su país es una democracia del sur, un sistema que no puede pasar por alto los vergonzosos hechos de la época colonial, y que no son quiénes para conceder certificados de buena o mala conducta.

Por lo demás, desde bastante medios de comunicación árabes, africanos o asiáticos se nos recordará que la defensa de la democracia ha sido muchas veces un pretexto para la dominación neocolonial. Nos dirán también que Francia y Gran Bretaña, potencias democráticas, impusieron sus intereses nacionales sobre la voluntad de los pueblos colonizados, y que EE UU hizo otro tanto desde que se convirtió en una superpotencia. No es extraño que la percepción en el mundo árabe-musulmán de la intervención militar en Libia, por muy amparada que esté por la resolución 1.973 del Consejo de Seguridad, es la de otra aventura colonial, pues ese es el mensaje que su opinión pública está recibiendo. De ahí las reticencias de los países árabes para apoyarla explícitamente, aunque en el fondo no tengan simpatías por Gadafi. Tampoco las tenían los países del Golfo por Sadam Hussein, que preferían mantener el statu quo y no abrir un foco de inestabilidad cerca de sus fronteras.

El conflicto de Libia no sólo se libra en los frentes de batalla. Se libra también en el no menos decisivo escenario de las opiniones públicas árabe y occidental. Eso lo sabe bien Gadafi, el viejo zorro del desierto.