La violencia, la frustración y la intolerancia suelen ser compañeras de ruta. Cuando se juntan, se produce un cóctel explosivo difícil de controlar particularmente en hinchas enardecidos. El domingo fue un día triste para muchos argentinos y tucumanos. Como se preveía, el descenso de River Plate a la B Nacional y de San Martín al Argentino A concluyó con incidentes virulentos.
En el caso de River, los incidentes se iniciaron un minuto antes de la finalización del partido, cuando los hinchas arrojaron objetos al campo de juego enfurecidos por el empate por 1-1 con Belgrano de Córdoba. Los desmanes prosiguieron en el interior del club y en sus alrededores. Los hinchas rompieron vidrios del estadio, que aloja una escuela, un instituto terciario y amplias instalaciones deportivas, derribaron vallas y destruyeron todo lo que encontraron a su paso, pese al estricto operativo de seguridad dispuesto con unos 2.000 hombres. Enardecidos, los parciales riverplatenses destruyeron móviles de televisión, derribaron las vallas e ingresaron al hall central del club, donde destrozaron las instalaciones. También incendiaron vehículos en la playa de estacionamiento. La ministra de Seguridad dijo que se habían registrado 35 policías heridos.
Quioscos, mueblerías, concesionarias y otros negocios padecieron roturas importantes y varios de sus dueños anticiparon que iniciarían acciones legales contra River Plate, cuyas arcas financieras atraviesan por su peor momento. Ayer, continuaban 37 individuos detenidos y siete policías seguían internados.
Por el lado de San Martín, que empató en Ciudadela con Desamparados de San Juan y perdió la categoría, los disturbios duraron alrededor de 40 minutos y se produjeron enfrentamientos entre hinchas y policías. Minutos después de la finalización del encuentro, integrantes de la barrabrava del equipo de Ciudadela se instalaron en la puerta del vestuario "santo" agredieron a periodistas y simpatizantes sin que los casi cien policía que había en el lugar intervinieran.
También hubo desmanes en el partido de Famaillá con Jorge Newbery, de Venado Tuerto, que se suspendió cuando un inadaptado tiró una bomba de estruendo que explotó cerca de un jugador; este quedó tendido en el suelo durante veinte minutos. Tras la decisión del árbitro, se registraron corridas y se reprimió con gases lacrimógenos y balas de goma.
La violencia se viene incrementando en los últimos lustros no sólo en el ámbito del fútbol, sino también en el resto de la sociedad. Se sabe desde hace mucho tiempo que las barras bravas son alimentadas por la dirigencia de los clubes, son las que se dedican con frecuencia a "apretar" a técnicos y jugadores cuando los resultados son adversos para un equipo.
No se entiende, por otro lado, que los mismos hinchas destruyan las instalaciones de su propio club porque estén enojados o se sientan frustrados. A ninguna persona normal se le ocurriría destrozar su hogar ni agredir a sus vecinos porque sus hijos hayan desaprobado las materias y quedado de curso.
Ya que los incidentes fueron filmados por varios medios, sería positivo que los revoltosos identificados pagaran las consecuencias de sus propios desmanes. ¿Quién se hará cargo de los destrozos a los negocios? Si estos hechos permanecen sin castigo, se repetirán indefinidamente.